Las concepciones y discursos implícitos que las personas tienen
sobre la sexualidad “producen” determinadas prácticas de educación sexual, que
estriban en la silenciación de la dimensión sexual humana y su tratamiento
desde una perspectiva biologicista y reduccionista. De esta forma, el modelo
actual de educación sexual se caracteriza más por lo que silencia y oculta que
por lo que explícitamente enseña.
La sexualidad se obvia dentro del currículum
escolar, o bien se aborda únicamente desde su componente exclusivamente
biológico e higienista.
Esta doble actitud, de prohibición o restricción implícita
de la dimensión psicosoci
al de la sexualidad por un lado, y de permisividad de
la formación en la dimensión biológica de la misma por otro, es fruto del
legado social y cultural que sobre la sexualidad se ha venido transmitiendo de
generación en generación, y que todavía no ha transcendido suficientemente lo mitos
biologicistas de genitalidad, heterosexualidad y procreación, que continúan
anclados en el imagionario colectivo (Font, 1990; Barragán, 1995ª; López, 2005).
Esta actitud permisiva desgaja la dimensión sexual humana de su complejidad y
riqueza, y la restringe a la reproducción, la genitalidad y la higiene.
Sentar las bases de una verdadera transformación de la
educación sexual pasa por evolucionar de la actitud permisiva a la del cultivo.
No podemos seguir obviando la dimensión sexual
o abordándola de forma anecdótica y descontextualizada, atendiendo a lo
urgente y restringiendo la sexualidad a la prevención de enfermedades y de
peligros. Debemos abordar la sexualidad como una dimensión de la persona que es necesario promocionar y cultivar, pues
incluso de esta forma se llega antes a lo urgente (De la Cruz, 2003; Amezúa y
Fouart, 2005). Así pues, la prevención de los riesgos derivados de la actividad
sexual deberían ser abordados siempre desde los programas más amplios de la
educación sexual, resaltando los aspectos positivos de esta dimensión humana.
La sexualidad se convierte así en un valor que necesita ser
trabajado y promocionado, recuperando su dignidad y dejando de ser un atributo
de las más variadas miserias (enfermedades, disfunciones, abusos o agresiones)
y un bien consumible, para convertirse en una cualidad de la que todos y todas
ganamos. No tenemos sexualidad, sino que somos seres sexuados. Entendiendo por “sexuados “ no el hecho de
etiquetar biológicamente a las personas en el modelo de dos casillas como
hombre o mujeres en función de su marca genital, que es también cultural, sino
seres con capacidad de sentir , gozar, expresar y comunicarnos a través del
cuerpo. Y de esta dimensión sexuada dependerá nuestra forma de “vivenciarnos”
y relacionarnos como hombres, mujeres o cualquier opción de ser o identificarse
como persona (intersexuada, transexual o transgenérica), que lejos de mantener
una guerra transitan juntos a lo largo de la vida, valorando positivamente su
diferencia. Sobre estas premisas se justifica la necesidad e importancia de una
adecuada educación sexual que ya no puede seguir negada por más tiempo
(Carrera, 2006).
En este sentido, la escuela, como principal agente educativo
formal, tiene no sólo el deber sino la obligación ética y legal de proporcionar
a sus alumnos y alumnas la formación necesaria para que sean capaces de vivir
su dimensión sexual de una forma saludable y satisfactoria. La colaboración
entre la escuela y la familia será el pilar básico desde el que abordar la
tarea. Así la familia se convierte, por su parte, en principal destinataria de
la educación sexual; y, por otra parte, en principal agente de educación
sexual. Sólo la combinación de la dimensión sexual de los padres y madres y de
la confluencia del trabajo de la familia y de la escuela en la formación
afectivo-sexual de los adolescentes garantizará el éxito de las intervenciones
de educación sexual desarrollada. Junto a estos importantes agentes de
socialización , la sociedad, en general, a través de sus diversos agentes de
educación no formal (asociaciones, universidades populares u ONGs), desempeña
también un papel crucial en esta tarea, al reforzar la formación de la
dimensión sexual obtenida durante las
etapas de escolarización y abarcar a diversos colectivos de destinatarios y
destinatarias.
!Educación Sexual, de la teoría a la práctica" María Lameira y María Victoria Carrera. Ed. Pirámide (Madrid 2009)
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